Un arranque inolvidable​​​​​​​
Todavía me cuesta asimilar lo que viví el pasado 12 de octubre en Son Fusteret. Robe volvió a demostrar que lo suyo no es solo música: es un viaje emocional de casi tres horas que te sacude por dentro y te deja con la sensación de haber asistido a algo único.

Desde que se apagaron las luces y sonaron los primeros acordes de Destrozares, el público —unas 7.000 almas entregadas— respondió con una energía brutal. Yo mismo me descubrí cantando desde el primer minuto, como si el cuerpo supiera que aquello iba a ser inolvidable.
Entre lo nuevo y lo eterno
El concierto fue un perfecto equilibrio entre su carrera en solitario y los recuerdos de Extremoduro. Se nos lleva el aire, Guerrero o Puntos Suspensivos se entrelazaban con joyas como Standby o La Realidad. La banda sonaba compacta, con un sonido limpio y unas luces que envolvían cada momento en una atmósfera especial.

Hubo instantes de cercanía que me sorprendieron. Robe, con ese humor entre ácido y entrañable, se permitió parar el concierto para darnos “unos minutos para ir al baño, comer o lo que sea”. En ese momento entendí por qué su relación con el público es tan especial: no hay impostura, todo es real.
Un recuerdo que perdurará
La segunda parte arrancó con un solo de batería que hizo temblar el suelo. A partir de ahí, la intensidad fue en aumento: Sucede, Viajando al Interior, Yo No Soy el Dueño de Mis Emociones… hasta desembocar en una explosión final con Nada que perder, Esto no está pasando y, cómo no, Ama, Ama y Ensancha el Alma. Ese último tema convirtió Son Fusteret en un coro gigante, miles de gargantas cantando al unísono, una catarsis compartida que me puso la piel de gallina.
Lo más emocionante no fue solo lo que pasaba en el escenario, sino lo que se respiraba entre la gente. Había chavales que apenas habían vivido Extremoduro y veteranos que los seguían desde los 90, todos mezclados, saltando y coreando como si fueran una misma voz. Esa comunión generacional le dio al concierto un aire especial, casi familiar.​​​​​​​
Me fui de allí con el corazón lleno. Lo que Robe y su banda nos regalaron no fue solo un concierto: fue una experiencia, un recordatorio de que la música puede seguir siendo pura, honesta y emocionante. Mallorca tuvo la suerte de vivirlo, y yo la fortuna de estar allí. Estoy convencido de que cada persona que salió esa noche de Son Fusteret lo hizo con la certeza de haber sido parte de algo irrepetible.

También te puede interesar...

Back to Top